Vélez-Málaga, con casi 86.000 habitantes no solo es la capital administrativa y centro neurálgico de la Axarquía, sino también una urbe con un origen que se hunde en el tiempo. Aunque se han encontrado vestigios prehistóricos, Neolítico y Calcolítico en la zona de la Fortaleza/Alcazaba, el origen del nombre y del propio núcleo urbano es enigmático, ya que algunas teorías sugieren raíces tan antiguas como la época fenicia (Bahal Sex), e incluso el Padre Vedmar postuló que el nombre primitivo Belez, se debía a un templo consagrado a Bel o Belus. No obstante, la impronta más significativa y definitoria se estableció mucho después, con la cultura andalusí.
El núcleo urbano, tal y como lo conocemos hoy, fue fundado alrededor del siglo X durante el periodo musulmán. Los árabes la llamaron Ballix Malaca (Valle de Málaga), un topónimo que al castellanizarse derivó en Vélez-Málaga. Esta etapa marcó la fisionomía de la ciudad con sus sinuosas calles y el desarrollo de la Fortaleza árabe en el punto más alto de la colina, una edificación que, según distintas fuentes data del siglo VIII al XIII, y de la cual aún se conservan muros y parte de la icónica Torre del Homenaje, reconstruida en 1970. Entre los siglos XIII y XV, Vélez-Málaga floreció como una de las ciudades más importantes del Reino Nazarí.
La etapa musulmana concluyó con la entrega de llaves el 3 de mayo de 1487 (la entrada a la ciudad fue el 27 de abril del mismo año) con la toma de la ciudad por los Reyes Católicos, este evento desencadenó una profunda transformación urbana y religiosa. De la antigua muralla islámica hoy se conservan las históricas Puerta Real y Puerta de Antequera, además de algunos paños de muro. A finales del siglo XV se inició la conversión de los espacios sagrados, se fundó la Ermita de San Sebastián y se erigió la Iglesia de Santa María de la Encarnación sobre la antigua mezquita mayor. Otro monumento clave es la construcción del Hospital de San Juan de Dios, destaca su patio de estilo mudéjar.
El siglo XVI marcó el desarrollo de la ciudad conventual, con la construcción de la Iglesia de San Juan Bautista, también sobre una mezquita, junto a la fundación de los conventos de San Francisco, las Claras, las Carmelitas y el Convento de San José de la Soledad, cuya fachada manierista es del siglo XVII.
El patrimonio civil se enriqueció con el hermoso Palacio de los Marqueses de Beniel, la Casa Cervantes, donde el ilustre escritor residió como recaudador en 1594 y que da renombre a la ciudad por ser mencionada en El Quijote.
El siglo XVII continuó la expansión religiosa con la construcción de la Ermita de Ntra. Sra. de los Remedios, mediados de siglo, santuario de la patrona de la ciudad. Posteriormente se llevarán a cabo la Capilla Camarín de la Piedad y las capillas callejeras de la Cruz del Cordero y la Cruz del Arrabal. En arquitectura civil destaca la Fuente de Fernando VI.
A pesar de los dramáticos trances del siglo XIX, incluyendo la epidemia de 1804 y el sismo de 1884, la ciudad se mantuvo a pie. Esta riqueza arquitectónica, que combina el legado mudéjar y barroco de sus edificios religiosos, le valió al casco antiguo el merecido título de Conjunto Histórico-Artístico en 1970.
El principal motor económico es la agricultura intensiva subtropical, la ciudad se ha consolidado como el mayor productor de aguacate de España, liderando también la producción de mango y chirimoya. Este sector, junto a la producción comercial, supera en importancia al turismo y servicios,
Su condición de capital cultural se reafirma con figuras como la filósofa universal María Zambrano, Premio Cervantes en 1988 y el insigne cantaor de flamenco Juan Breva.